¿Por qué hablar de los hijos no nacidos, si al final… todos los hijos nacen?

¿Por qué hablar de los hijos no nacidos, si al final… todos los hijos nacen?

Escribir este blog me llena de emoción, porque escribirlo es también honrar.
Porque cada palabra que nace en este espacio es una semilla de amor para quienes hemos tenido que aprender a amar en el Cielo.

Uno de los huecos más profundos que viví fue tratar de descifrar el lenguaje del duelo perinatal. Son palabras que llegan encriptadas al alma, como si el corazón tuviera que volverse lingüista para entender su propio dolor. Porque no hay un manual que te prepare para ese silencio que grita, para esa ausencia tan llena de presencia.

Recuerdo el día que salí del hospital con las manos vacías y una incapacidad médica de 40 días. Nadie me explicó que eso que iniciaba era un postparto. Nadie me dijo que era madre. Nadie me ayudó a comprender que mi cuerpo había dado vida… aunque esa vida ya no estuviera conmigo en esta tierra.

Fue un largo camino de descubrimiento espiritual. Un peregrinaje silencioso hacia lo invisible.
Tuve que recorrerlo para entender que no se trata de convencer al mundo, sino de reconocerme a mí misma. Y sí, me reconozco: soy mamá de un hijo que nació, aunque no se haya quedado.

La sociedad aún no sabe cómo hablarle al duelo perinatal.
Y no es juicio, es constatar una realidad que duele.
En mi primer Día de la Madre después de perder a mi hija Emma, ningún familiar ni amigo me reconoció como madre para esta fecha. Y no lo digo desde el reproche. Lo digo desde la conciencia de que necesitamos aprender a acompañar de otra forma. No se trata solo de palabras bonitas el primer mes de ausencia, sino de empatía profunda, esa que no necesita entenderlo todo para abrazar.

Por eso es tan importante hablar.
Nombrar.
Incluir.

Y para lograr una verdadera inclusión, hay que empezar desde lo más básico. Desde lo más cotidiano. Si, desde esa pregunta tan sencilla que se convierte en lanza cuando alguien, con total naturalidad, te pregunta:
—¿Tu hijo no nació?

Sí.
Mi hijo nació.
Solo que nació al Cielo.

Necesitamos educar en esa verdad: todos los hijos nacen.
Algunos en la tierra. Otros en el cielo.
Pero todos existen. Todos tienen un lugar. Todos merecen ser nombrados.
Porque todos forman parte de nuestra historia, de nuestro árbol de vida, de nuestro corazón.

Y hasta que no aprendamos a reconocerlos, seguiremos negando una parte esencial de quienes somos como madres, como familias, como sociedad. 

Hoy escribo con la certeza de que el amor no termina con la muerte.
Y que la maternidad no necesita testigos para ser real.

Solo necesita ser sentida, honrada y nombrada.

Gracias por honrarlos.
Gracias por caminar conmigo.

Gracias por encontrar en ese título tan cotidiano de mi libro, “Hablemos de los hijos no nacidos”, una puerta abierta al alma.
Un título sencillo, sí, pero profundamente necesario.

Porque necesitamos educar desde las palabras comunes.
Desde esas frases que usamos todos los días sin darnos cuenta del impacto que pueden tener.
Necesitamos empezar ahí, desde lo cotidiano, para generar verdadera visibilidad a este tipo de duelo que ha sido silenciado por tanto tiempo.

Nombrarlos no es solo un acto de amor, es también un acto de justicia.
Porque mientras más hablemos, más reconocemos.
Y al reconocer, sanamos.
Maite

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